Por Raúl Mejía
Como era de esperarse, el tema es Nuestra Señora del Carmen (Aristegui).
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No sé si fue Francisco Valenzuela (director, pastor, coordinador, cacique y dictador de la revista Revés) quien primero definió la relación entre Carmen y Vargas como un matrimonio de conveniencia (o algo así). No es relevante. Lo interesante es ver cómo el asunto de la periodista famosa y el empresario influyente coincide con ese imagen.
Confiésolo: de pura casualidad estaba escuchando el noticiero de Aristegui ese día histórico cuando el Ombudsman de la audiencia de MVS, Gabriel Sosa Plata, se presentó en la cabina y expuso la forma en la cual él contemplaba el diferendo. Repartió culpas, responsabilidades, recomendaciones y propuestas de solución. En suma, invitaba a las partes a reconocer cada uno sus errores, disculparse y, aceptemos sin conceder, seguir haciendo cada quien su chamba.
Carmen, cuidando las palabras –hasta donde su mecha corta se lo permite o hasta donde el conocimiento del fondo del asunto se lo mostraba- aceptó a condición de ser reinstalados sus compañeros despedidos por usar el logo de MVS en una negociación sin permiso de la empresa. Luego de esa mesura, soltó dos o tres críticas que seguramente no le gustaron a los Vargas y “envolviose” en las banderas de Julio Scherer, Granados Chapa y Vicente Leñero, baluartes del periodismo mexicano reciente y, para terminar, una bonita melodía en la voz de Joan Manuel Serrat: “Para la libertad”, poema de Miguel Hernández musicalizado por el catalán.
Si el mercado de sentimientos estaba de lo más volátil (para usar términos económicos de uso corriente), el rollo de Aristegui previo a dejarle la voz a Serrat dejó aquello de “vamos a platicar” un poco comprometido. Es como cuando un enamorado quiere arreglar las cosas con su amada y le lleva una serenata en donde la pieza central es “La chancla”. Digo, hay maneras ¿verdad? Carmen sabrá los motivos para cerrar el segmento de esa manera. Una cosa me pareció clara: la renuncia o el despido eran obvios. ¿Se pudo solucionar el tema recurriendo al diálogo privado y sin hacer “una última” provocación al estilo “escupe tú primero”? Para mí, sí, pero nunca lo sabremos. Lo más o menos claro es que esos tórtolos ya no se soportaban desde hace algunos años y cualquier pretexto era bueno para gritonearse a medio patio.
Y bueno, Aristegui no es ni era santa de mi devoción. Eran recurrentes sus excesos y una incontinente vocación por “armar casos” ajustando la realidad a su conveniencia. Pongo dos. Quizás nadie los recuerde y no entraré en detalles. Son ejemplos de cómo llevó sus puntos de vista o de interés a extremos grotescos: el de un sujeto llamado Luis Ponce de Aquino, quien demandó a la banda de Peña Nieto (en campaña entonces) por un asunto de promoción televisiva del candidato priísta en USA. Según Aquino, se había firmado un documento por 56 millones de dólares con su empresa Frontera Television Network. Al final, el tal Aquino resultó ser un estafador de fama internacional. Aristegui ni se inmutó.
Otro es el caso Monex y una estructura financiera paralela que manejó recursos millonarios al candidato del PRI (Peña) rebasando escandalosamente los topes de campaña y la repartición de dinero a través de los famosos “monederos Monex”. Nada se probó. ¿Hubo alguna disculpa? Obvio: no.
Para mayor información, acudir al libro de Marco Levario Turcott: El periodismo de ficción de Carmen Aristegui, ediciones Urano.
Pocos periodistas gustan tanto de usar el “habría”, “sería” “se dice” o de presumir “probables vínculos”, como Carmen Aristegui.
Y sin embargo, es un referente del periodismo en México aunque a algunos no nos guste (a veces sí). Lo digo por algo sencillo: se necesita un valor o una temeridad extremos para llevar a cabo investigaciones como la de la “casa blanca” del Presidente y su esposa, con las réplicas trepidatorias subsecuentes en el selecto círculo de ese sujetoide llamado Enrique Peña Nieto. No recuerdo un madrazo más demoledor a la clase política en el tiempo que tengo como lector de periódicos. Con esa investigación se marcó un “antes y después” en relación a esa inveterada costumbre de usar los puestos públicos como patrimonio personal… aunque, claro, falta que la “ley anticorrupción” salga de las cavernas legislativas. Hasta donde se tiene conocimiento estadístico de estos temas, no hay clase política que articule y opere un esquema de castigos a quienes cometen tropelías con el dinero público… porque son juez y parte. Digámoslo en los términos clásicos: “perro no come perro”. Para este tipo de asuntos y su contención, se necesitan periodistas como Aristegui (¿quién soy yo para escatimarle méritos?).
No dudo pues de la siniestra intención de perjudicar a la periodista con un pretexto como el uso de la marca MVS para acceder a más y mejor información (MexicoLeaks es el caso). La banda de culebras que despacha en Los Pinos tiene las formas y recursos para orquestar eso y más sin que su participación sea siquiera perceptible. No es casualidad que el canal 52 se le escapara a los de MVS recientemente, pero tengo la impresión de que el matrimonio Vargas-Aristegui pudo seguir odiándose, soportándose, haciéndose caras y gestos para beneficio de una parte importante de la sociedad escuchadora de noticieros.
Los matrimonios por conveniencia llegan a ser siniestros. Seguramente todo fue calculado. Seguir en esa perversa relación para beneplácito del radioescucha era posible, pero con quienes tienen “mecha corta” se pueden anticipar los escenarios y Carmen es de ese tipo. Mordió el anzuelo y fue despedida.
Su salida, como era previsible, cae en lo apoteósico: otra víctima de la represión de acuerdo al previsible discurso de los guerrilleros del teclado y de ella misma.
Ojalá y pronto tenga un espacio esta periodista. De no ser así, el estilo Peña Nieto de coadyuvar en aras de la libertad de expresión dejará como caricatura lo que hizo Echeverría con Excélsior en 1976.